Sergio Rodríguez Saavedra (Santiago, 1963) ha sido crítico literario de Literatura & Libros, El Siglo, Carajo y Pluma y Pincel, además de director de La Punta de Buque y subdirector de Rayentrú. Actualmente dirige la editorial, taller y revista electrónica Santiago Inédito.
En poesía, ha publicado Suscrito en la Niebla (1995), Ciudad Poniente (2000), Memorial del Confín de la Tierra (2003), Tractatus y Mariposa (2006), Militancia Personal (2008) y Centenario (2011).
Doble ganador del Concurso Nacional Eduardo Anguita, en 2009 y 2011, su obra circula en diversas antologías internacionales y en este diálogo:
¿Compartes mi percepción acerca del tránsito de tu escritura, desde la puesta en práctica de lo social -el trabajo sobre el realismo de Ciudad Poniente, más experiencial, duro y no exento de humor- hacia la mayor reflexividad y soltura de los últimos libros, en especial de Tractatus y Mariposa y Centenario?
En algún punto de la escritura dejas de experimentar con las palabras y lo haces ahora con el texto. Ya no veo el poema sino todos los que debiesen serlo. Ahí quiebro hacia la narratividad, por darle nombre a ese estado donde quieres contar una historia que se diga con la poesía. No abandono el realismo, abandono la forma en que éste se ve, no en la manera que Hugo Mujica se abre hacia el que abre el poema, pero sí con distintas fisuras donde puedan partirse, y probablemente esa soltura sea simplemente la distancia.
¿Esa distancia asume que “las palabras que había[s] oído hasta entonces (...) no tenían ningún sonido”, siguiendo la cita de Rulfo que abre Centenario?
La cita tiene que ver con el concepto de la mudez tanto en el ahogo como en el doble estándar de nuestras palabras. Recomponer un poco el espacio de los vacíos, como lo logra un gesto que esperabas, una canción de Sabina, alguna página de Onetti. Pienso que si tuviésemos un contador en nuestra lengua, serían más las palabras no dichas que aquellas que verdaderamente se dijeron. No sólo por la incapacidad del lenguaje de expresarlas, sino por nuestra incapacidad de escucharlas verdaderamente. Entre ese espacio que dan lengua y silencio me gustaría fundar el poema.
También hay una opción por decir fantasmas antes callados…
Como en el poema “Las casas”, muchos, todo mi pasado. Más bien su descomposición. La imposibilidad de comprenderlos a tiempo. Tengo una cantidad enorme de anécdotas que nunca cuento, que van desde cuando tenía que ir a clases a un trolebús dado de baja, porque no habían salas -imagínate la metáfora, tomaba el pasado para ir a ninguna parte- hasta un encuentro con C. K. Williams (el mismo Pulitzer), en el que durante unos cafés apenas cruzamos señales, porque él no hablaba español y yo apenas digo yes. Como un chico muy observador, desarrollé una capacidad innata para distinguir el absurdo, y creo que ahora, más tranquilo, con más escritura en la práctica, lo puedo depositar en la hoja sin hacerlo trizas.
¿Prefieres ahora una imagen más velada, “Sólo la lluvia abre los párpados de la niebla (un clavo / saca otro clavo)”?
Más que preferencia es coherencia. Como te dije, no se habló, se susurró. Quizás buscando ese puente entre el escritor y su lector posible. De pronto, por una atracción teorética dejamos a un lado la posibilidad que conlleva la imagen de vincularse con el lado oscuro de la memoria, tema que a mí en particular me apasiona.
Y en ese susurro parece que la geografía opera como demarcación de ánimos: el norte desolado, el sur copioso...
La geografía delimita espacios de creación en que se sitúa el escritor. La mente y el espíritu. La poética lárica y la objetivista. Antes de iniciar el proceso de construir este relato con varios desbordes que es Centenario, decir desde donde y en cual postura se encuentra el hablante. Quizás el eco de Giordano Bruno, si todas las palabras expresan el infinito, entonces el centro es cualquier poema. Y escribiendo con muchas reminiscencias, con una actitud coral, quise, aunque fuera un poco, dejarme en algún punto.
(Fragmento. Edición completa en:
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