sábado, 9 de abril de 2011

CLASE I



Una voz para el desierto argentino

Jorge Monteleone

            El presente de esta antología corresponde a la forma simbólica de la comunidad nacional que celebra: aspira a ser una memoria y una identidad respecto del Bicentenario de los días de Mayo. Así, la poesía de esta región latinoamericana surge también como un modo imaginario de proyectar, según la feliz expresión de Halperin Donghi, una nación para el desierto argentino. Se inicia con la “Marcha Patriotica” de Vicente López y Planes, un texto neoclásico, previo a la gran innovación romántica que se inició con el rusismo, y que la Asamblea del año XIII decidió declarar Himno Nacional. A ello le sigue el “cielito” atribuido a Bartolomé Hidalgo, que celebra la independencia y afirma no sólo que “la nueva Nación” se presenta al mundo, sino que, enlazando la forma poética con el espacio, la libertad se lanza hacia el cielo. En el capítulo II del Facundo, Sarmiento afirmaba que “el pueblo argentino es poeta por carácter, por naturaleza”. Su inherente romanticismo lo animaba a advertir que existía “un fondo de poesía que nace de los accidentes naturales del país”: en la inmensidad y extensión del desierto se hallaba la ocasión de una mirada que, “al clavar los ojos en el horizonte”, no encontraba límites. Sarmiento se preguntaba “que hay más allá de lo que se ve”. Esa mirada es fundacional tanto de la poesía argentina, al descubrir un espacio perceptible, como de la nación, que debe construirse en esa inmensidad. Cita La cautiva de Echeverría, que por primera vez había descubierto poéticamente el desierto. Como el poeta señaló en su “Advertencia a La cautiva”, ese desierto “es nuestro más pingûe patrimonio”, otorgándole un doble valor: correspondía a la riqueza económica y a la creación de una literatura nacional.
            Restaba, sin embargo, otra fundación: el descubrimiento de una voz. Un hecho extraordinario y acaso el acto más original para constituir una lengua poética propia: el Martín Fierro de José Hernández. Este poema –que consta de dos partes diferenciadas en años y rasgos, como lo señaló la crítica- no consiste en una mitificación del gaucho, como le atribuyeron aquellos que lo leían como nuestro gran poema épico. Ese mismo ya existía en el Lázaro de Gutiérrez, hacia 1869, poco antes de que apareciese El gaucho Martín Fierro en su modesta edición de 1872: el gaucho ya había sido idealizado, ya era una arquetipo. Y quizás las mitificaciones posteriores, que van de la leyenda de Santos Vega de Obligado hasta las restauraciones nacionalistas del Centenario, no hicieron más que profundizarlo. Dicha imagen también magnificaba el sujeto lírico romántico, en algún sentido prometeico y titánico y heroico, como un designio de su programa estético. La diferencia surge cuando Martín Fierro canta, es decir, cuando Hernández encuentra una voz. En la “Carta aclaratoria” a Zoilo Miguens, que precede la Ida, Hernández se propone representar a un tipo “que personificara el carácter de nuestros gauchos” y mimetizar su habla, imitar su estilo, “concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse que le es peculiar”. Un gaucho que canta, pero no escribe. Es decir, iletrado. Cuando Borges, para negar la “esencia argentina” del poema, afirmaba que el fin que se proponía Hernández era “limitadísmo: la relación del destino de Martín Fierro, en su propia boca”, no percibía que ese “límite” sería el horizonte abierto de una herencia aún incesante. La lengua poética se pone en movimiento cuando Fierro dice “Aquí me pongo a cantar”; o bien cuando, en lugar de decir “una pena extraordinaria”, la oraliza de modo que puede leerse “una pena estrordinaria”. Cuando Fierro canta “ yo no soy cantor letrao”, lo más importante no es el contraste del personaje con el poeta letrado Hernández, sino la transformación de la escritura poética para remedar la oralidad del gaucho: de letrado pasa a letrao. Lo decisivo, entonces, no residiría en que un gaucho hablara como un arquetipo o una idea, sino que en el texto apareciese la oralidad del gaucho como aquel ritmo que irrumpe, desbarata y enriquece para siempre la lengua poética culta. El ritmo oral impone su forma en la escritura y en su vacilación se halla siempre el rasgo más propio del poema, el sitio donde Hernández deja la marca de su busca en el marco más amplio del género gauchesco. Fue tan extraordinario ese acto inicial que en esta antología pueden leerse, como lejanos comentarios, varios poemas notables sobre Harnández y el Martín Fierro: el de Murena “Retrato del poeta”; el de Rodolfo Alonso, “Lectores de Hernández”; el de Saer, “Diálogo bajo un carro”.  Así se funda nuestra lengua poética, un fenómeno rítmico en un espacio vacío: una voz para el desierto argentino, transfigurada en signo que circula en la página.


Martín Fierro (Fragmento)

M. Fierro:
Aquí me pongo a cantar
al compás de la vigüela,
que el hombre que lo desvela
una pena estrordinaria,
como la ave solitaria,
con el cantar se consuela.

Pido a los santos del cielo
que ayuden mi pensamiento;
les pido en este momento
que voy a cantar mi historia
me refresquen la memoria
y aclaren mi entendimiento.

Vengan santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda,
que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista
en una ocasión tan ruda.

Yo he visto muchos cantores,
con famas bien otenidas,
y que después de alquiridas
no las quieren sustentar:
parece que sin largar
se cansaron en partidas.

Mas ande otro criollo pasa
Martín Fierro ha de pasar;
nada lo hace recular
ni las fantasmas lo espantan;
y dende que todos cantan
yo también quiero cantar.

Cantando me he de morir,
cantando me han de enterrar,
y cantando he de llegar
al pie del Eterno Padre:
dende el vientre de mi madre
vine a este mundo a cantar.

Que no se trabe mi lengua
ni me falte la palabra.
El cantar mi gloria labra,
y poniéndome a cantar,
cantando me han de encontrar
aunque la tierra se abra.

Me siento en el plan de un bajo
a cantar un argumento.
Como si soplara el viento
hago tiritar los pastos.
Con oros, copas y bastos
juega allí mi pensamiento.

Yo no soy cantor letrao,
mas si me pongo a cantar
no tengo cuándo acabar
y me envejezco cantando;
las coplas me van brotando
como agua de manantial.

Con la guitarra en la mano
ni las moscas se me arriman;
naides me pone el pie encima,
y cuando el pecho se entona,
hago gemir a la prima
y llorar a la bordona.

Yo soy toro en mi rodeo
y toraso en rodeo ajeno;
siempre me tuve por güeno,
y si me quieren probar,
salgan otros a cantar
y veremos quién menos.



Actividades:
-         Comentar el texto.
-         Definir el sujeto que expresa Martín Fierro.
-         Crear una nueva estrofa a modo de ejercicio.

Tareas
-         Identificar un sujeto de similares condiciones en versión chilena.
-         Crear un texto poético sobre dicho sujeto.



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